Domingo 13 de julio de 2025
La industria aseguradora mexicana paga en promedio 25 millones de pesos diarios —casi 1.25 millones de dólares— por siniestros causados por fenómenos hidrometeorológicos, de acuerdo con la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS).
Entre 2012 y 2024, los pagos anuales por estos eventos sumaron en promedio 7,591 millones de pesos (unos 379.5 millones de dólares), lo que representa un incremento del 91 % en comparación con el periodo 2001-2012, cuando el promedio fue de 4,761 millones de pesos (aproximadamente 238 millones de dólares).
Los fenómenos incluidos en esta categoría abarcan huracanes, lluvias intensas, granizadas, heladas, tormentas, avalanchas de lodo e inundaciones.
La directora general de AMIS, Norma Alicia Rosas, advirtió sobre la baja cobertura de seguros para viviendas, especialmente tras el paso del huracán Otis, que en 2023 golpeó con fuerza a Acapulco, donde al menos 15 % de los bienes asegurados no incluían protección ante estos riesgos y solo cubrían incendios o sismos.
Según los datos de AMIS, las viviendas son los bienes más vulnerables, representando el 34.9 % de los reportes por siniestros hidrometeorológicos, seguidas de hoteles (16.8 %), oficinas (13.3 %) y tiendas departamentales (9.6 %).
En la actualidad, apenas el 26.5 % de las viviendas en México están aseguradas, es decir, solo 9.3 millones de los 35.2 millones de hogares cuentan con algún tipo de cobertura.
Los estados con mayor nivel de aseguramiento son Nuevo León (71 %), Colima (58.3 %), Quintana Roo (54.5 %), Coahuila (44.2 %) y Sonora (41.2 %). En contraste, los más rezagados son Oaxaca (6.6 %), Chiapas (8.5 %) y Guerrero (11.9 %).
“Este bajo nivel de aseguramiento representa un gran reto, pero también una oportunidad para la industria y para el país”, expresó Rosas, quien destacó que en países miembros de la OCDE, como Alemania o Reino Unido, la cobertura de seguros en viviendas supera el 70 %.
La temporada de huracanes 2025 anticipa hasta 37 ciclones con nombre, siendo Erik el primero en el Pacífico. Su rápida evolución ha encendido las alertas para evitar tragedias similares a las provocadas por Otis (2023) y John (2024).